miércoles, 15 de septiembre de 2010

De México

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Y ya se acabó el año en México...

A mediados del siglo XVI Francisco Cervantes de Salazar llegó a la Ciudad de México y realizó una gran descripción de la ciudad, sus gentes y su ambiente, y añadió lo siguiente al primero de sus diálogos de 1554:


Nada es tan natural al hombre, y así lo dice Aristóteles, como sentir una inclinación innata e irresistible a adquirir la sabiduría, que por abarcar tantas y tan elevadas materias, nos encanta con su variedad. En ésta se complace igualmente la naturaleza, produciendo sin cesar cosas tan diversas, y por lo mismo, tan gratas a los hombres. Y como la variedad atrae y detiene la vista, así el ánimo se fija en lo que percibe por primera vez, fastidiándole infaliblemente la repetición de lo que ya conoce. Dígote todo esto para que entiendas, que no la codicia, como en muchos sucede, sino el deseo de ver cosas nuevas, es lo que me ha hecho atravesar con tanto peligro el inmenso océano.


Pues así fui yo a México en julio del año pasado, a ver, a conocer y a entender un lugar, unas personas y unas culturas que atrajeron y detuvieron mi vista hace años.
He visto, he conocido y he comprendido un poco más, es imposible abarcarlo todo, claro está.
Y ahora se acabaron todas esas novedades: se terminó vivir en México, la UNAM, el Zócalo, Coyoacán, el café del Jarocho, la lavandería y la tiendita, la Comer, el metro, el metrobús y los micros, las lluvias, las clases, los profesores, los museos, los pumas, los grandes viajes, la posibilidad del terremoto, el sol vertical, mi no-orientación, los tacos al pastor, el queso oaxaca, los limones, los mangos, las tortillas, y muchas otras, pero se mantienen los nuevos y viejos amigos, los familiares, los miles de recuerdos de viajes, de aventuras, comidas, en fin, de todo lo dicho.




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