jueves, 15 de julio de 2010

Las Barrancas del Cobre

.






Estoy recién llegada del norte, ni siquiera hace un día y aún estoy asimilando todo lo hecho, vivido, gente conocida...

La llegada a Real de Catorce fue a lo grande, con el túnel de acceso cortado por un metro de agua debido al huracán Alex, pero algunos conseguimos entrar en la última camioneta mientras que otros tuvieron que subir y bajar el cerro del Pueblo Fantasma.
Real de Catorce fue un importante y riquísimo lugar de minas de plata que llegó a tener un casino, y que de pronto decayó en pocos años, quedando las casas sin ningún cuidado en un lado del cerro, en un vallecito imposible con la única entrada por el túnel. Se está tratando de mantener las casas como hoteles y tiendas, las calles empedradas son tan empinadas como la colina que trepan, el frío y el calor sólo dejan que crezcan arbustos, nopales y otros cactus, pero a la vez hay pequeñas flores con las lluvias que suavizan el paisaje gris de las rocas.
Esa primera tarde, después de descansar los que llegaron por el Pueblo Fantasma, nos fuimos andando o a caballo al Cerro del Quemado, lugar sagrado de los huicholes. El camino fue muy duro pero de una belleza impresionante, sin árboles, con la tierra morada y blanca, los riachuelos que cortaban los caminos, algunos pájaros y las nubes haciéndonos sombras y amenazando con más lluvia que se veía en el horizonte cayendo sobre el valle.
La subida final al cerro fue muy muy difícil, casi vertica, caminando sobre rocas sueltas, pero al llegar arriba me esperaban para disfrutar de una llanura inmensa a un lado y del intrincado valle del otro lado, rodeados allí arriba de cactus-palmera, de tormentas en el horizonte, el viento como único sonido y las ofrendas de los sacerdotes huicholes, de cuencos, chaquiras, candelas...
La vuelta la hice a caballo porque si no habría llegado a media noche, y después de una fantástica ducha y unos tacos seguimos la fiesta y presentaciones en la terraza del hotel hasta que la tormenta nos rodeó con su niebla y nos dejó a oscuras con un rayo y su trueno.












A la mañana siguiente tuvimos la suerte y gratitud hacia la gente del pueblo que había arreglado los derrumbes en el túnel de la tarde y achicado el agua, así que no tuvimmos que cruzar por el cerro y salimos temprano en el camión del Oso (el conductor) rumbo a Saltillo.
En Saltillo visitamos nada más que un enorme museo sobre el desierto a lo largo de los miles de años, con sus fósiles, rosas del desierto, nuevos y viejos animales y plantas, dinosaurios y hasta el tren.
Por la noche salimos hacia Ceballos y al amanecer entramos en el desierto que llaman Zona del Silencio, en Mapimí.
Este es el lugar que más me emocionó de todo el viaje, estar en medio del desierto, evitando penar en las culebras y tarántulas, pelear con la lluvia de escarabajos, ver uno de los atardeceres y después amaneceres más bellos que he encontrado y por la noche tener la Vía Láctea, Júpiter, la Osa Mayor, Casiopea y la Luna al alcance de la mano, la Osa Menor se resistió a ser encontrada.
Mientras caía la noche jugamos a las cartas y al dominó, me encontré con una liebre del desierto de orejas enormes y un falso camaleón, y por la mañana entendimoos en qué consiste este lugar protegido, montamos las tiendas y visitamos su museo.














Al día siguiente volvimos al bus y nos dirigimos al Puente de Ojuela, visitamos su mina y nos dejamos deslizar por la tirolesa, cruzando el profundo barranco. Desde allí también se veía un valle completamente llano, dividido en parcelas que chocaban con lo seco de las montanas. Es curioso que no se vea un río recorriendo esos valles.








Desde aquí viajamos a los Campos Menonitas de Ciudad Cuauhtémoc, visitamos una de sus casas-museo, entendimos cómo llegaron hasta aquí desde Alemania, pasando por Rusia y Canadá, comimos y compramos queso, nos reimos con un calentón de 1917 (calentador).
Seguimos viaje por la tarde, ya con el tren a la vista hacia Creel, pasando de nuevo de la planicie a unas complicadas montañas. Antes de instalarnos en el hotel pasamos por el lago Arareko donde encontramos muchísimos tréboles de cuatro hojas en el agua, las montañas en su reflejo y hasta un arco iris.








En Creel, después de un poco de fiesta en las habitaciones nos levantamos para ir a la Cascada de Basaseachi. Llegamos después de un par de horas por una estrechísima carretera o más bien terracería.
Al principio, lo único que vimos de la cascada era el origen, su río y el comienzo de su caída, por lo que cruzamos un puentecito y empezamos a subir un camino que al poco descendió y descendió entre el bosque de pinos y tilos.
Al poco de ir bajando perdí de vista a los demás pero pronto me fueron alcanzando otros cuando llegué al mirador de la Ventana y justo empezó a llover, con sus resbalones al bajar de la ventana. Nos fuimos juntando para las fotos y cuando dejó de llover fuerte y ya no cabíamos me fui a subir los 250m verticales de la cascada por el caminito, y tardé menos de lo que me esperaba. Lo que más me llamó la atención de este lugar, mucho más que el agua, fueron las rocas cortadas en vertical y los árboles creciendo por todas partes.
Cuando ya todos llegamos de la Ventana y otros caminos nos enteramos de que faltaba Max, uno de los viejitos andarines que había llegado hasta la base de la cascada y que no había vuelto. Avanzada la tarde, después de haberle dado tiempo a volver, se decidió que un grupo volviera a bajar y buscarle. Después de dos horas tensas de espera volvieron sin él y como los guardas del parque ya estaban avisados y era muy tarde, se decidió volver a Creel todos menos un grupo que bajaría a la mañana siguiente con algunos militares mientras el resto seguiríamos a Cerocahui. Por suerte no pasó nada y a mediodía ya le habían encontrado: se había refugiado en una cueva.








De camino a Cerocahui paramos en la estación del tren Chepe (Chihuahua-Pacífico, ch-p) Divisadero, nombre que se explica porque desde allí se puede ver la enormidad de las Barrancas del Cobre. Luego entramos en una pista que subía y bajaba por las barrancas, cruzando puentes al límite en un viejo autobús escolar, hasta llegar a la Cueva del Árbol, de don Rubén. La cueva se llama así porque tiene como una columna que sube como la copa de un árbol que cubría nuestro campamento.
Justo cuando íbamos a empezar a preparar unas chuletas y salsa se puso a llover, pese a nuestro hambre, y tuvimos que esperar aún un rato mientras se preparaba el pico de gallo y se maceraba la carne. Y todos juntos prepararmos la comida y el fuego, la salsa preparada al molcajete estuvo buenísima y no sobró ni para verla...
Por la noche vinieron a rondarnos y tuvimos música durante unas horas, que algunos continuaron hablando mientras que otros ya cansadísimos nos fuimos a las tiendas a dormir.
A la mañana siguiente, a pesar del frío y el dolor de espalda, nos levantamos y volvimos al bus escolar para subir y bajar al valle de Urique, también por un camino imposible, una caída de más de 1800m y una nube que al prinicipio no nos dejaba ver el final del valle. El paisaje cambió bruscamente de los pinos de hojas largas a los nopales y unas flores rojas y amarillas. La verdad es que no vimos mucho de Urique: la lluvia nos atrapó mientras comíamos aguachile que es un cóctel de camarón servido en un molcajete de piedra, bien rico y picosito...












Por la noche conseguí reunir ánimos para ducharme con agua fría y un lagarto en la pared, y en la mañana recogimos todo tras un gran desayuno con fruta, quesadillas, crema menonita...
A mediodía tomamos el Chepe en Bahuichivo. Para mí, lo interesante no fue uno de los últimos trenes que funcionan en México, sino volver a recorrer el paisaje anterior, viendo las barrancas, cruzando los pueblos, comiendo gorditas y mango en Divisadero de nuevo, viajar en las ventanas entre los vagones y al final del tren, hasta Creel.








Esa noche viajamos hasta Torreón donde desayunamos y seguimos -perdiéndonos durante un buen tramo y comprando sandías y melones- hasta las Dunas de Bilbao. Sí, un desierto de arena y dunas en medio de otra llanura de arbustos. Aquí me encantaron las líneas del aire en la arena, el silencio y el ruido del aire, el encontrar dos liebres de orejas largas corriendo y dejarme caer por una duna aunque casi me rompo y lleno la cámara de arena.
Continuamos a Zacatecas, con una de las mejores paradas: un baño limpio y en el que no había que pagar por entrar ni por el papel.




Casi a media noche llegamos a Zacatecas, comimos unos tacos casi tan buenos como los de Real de Catorce y tratamos de encontrar algo abierto pero tuvimos que volver al hotel y seguir la fiesta con agua.




Por la mañana fui con Andreia a visitar la ciudad, subir al cerro de la Bufa, bajar con el funicular, encontrar a parte del grupo en una antigua taberna y luego en un café, comer un riquísimo pozole verde, y después de avituallarnos, seguimos viaje hasta México DF que nos recibió a las seis de la mañana, terminando así este viaje de Infinitur, el viaje de los viajes...

La banda sonora de los viajes Infinitur: Ganja - Caminando




.

4 comentarios:

Ales dijo...

Impresionante la cascada... ¡¡Eso sí que tiene que ser refrescante!!

Yarapoctli dijo...

Cuando estaba en el tren, viendo alejarse a los railes no dejaba de pensar en el estribillo de 'A veces vuelvo' de Catupecu Machu:

Crujen las maderas de viejos andenes, las vias muertas nos quieren llevar a nuevos cruces infinitos, destinos imposibles, noches de nunca acabar...

Anónimo dijo...

Qué viaje tan chulo!! qué contrastes!! y qué pedazo de paisajes!!
Me alegro de que lo disfrutases como se merece
Lau

MIGUEL ANGEL RIVERA dijo...

TE FELICITO PAR LAS FOTS, LA SENCIBILIDAD, Y LA DESCRIBCION DE LOS DETALLES CADA QUIEN VIVIO SU VIAJE TE FELICITO, BEA...Y GUSTO EN CONOCERTE, Y ESPERO VOLVERTE A VER EN OTRO VIAJE EN MEXICO O EN ESPAÑA...