domingo, 8 de junio de 2008

Microcuentos V

Hoy un microcuento largo de Yolanda Vanguld.



Hace mucho tiempo existió un dragón al que le encantaba volar por el mundo y casi siempre se le podía encontrar viviendo cerca de un lago o del océano, en grandes ciudades abrazadas por el mar, pueblos que trepaban por las colinas que formaban una cerrada bahía, o lugares en los que las casa se extendían lentamente junto al agua. Después de vivir en lugares tan distintos, decidió instalarse en una pequeña ciudad cercana al mar aunque no tan cercana como al dragón le gustaba. Allí conoció a seres muy diversos, desde aves migratorias que llegaban a la ciudad con el frío y se marchaban con el sol, hasta extraños peces dorados que también querían recorrer el mundo.

Un día conoció a una libélula roja a la que no prestó demasiada atención al principio; el viento les atraía, moviéndoles de un lado a otro sin darles la oportunidad de volar juntos. De pronto la libélula se dió cuenta de que el dragón la seguía con la mirada, pero no sabía si confiar en él: era mucho más grande que ella, había recorrido el mundo y le veía muy independiente, mientras que ella, aunque también independiente, era más chiquita y había llegado a esa ciudad siguiendo una corriente de aire. El tiempo dejó que se fueran conociendo, sin pensar ni miedo al qué dirán se fueron acercando: los bailes y los abrazos fueron el prólogo, cafés y cubatas las excusas y una extraña noche el final. Ese mismo tiempo que al principio jugaba como cómplice, les traicionó: cada uno del otro tuvo que separarse, se acabaron los besos, los bailes y abrazos. La libélula sentía que fuera todo tan breve y no haber aprovechado todos los momentos, le dolía haber sido poco audaz, no poder hablarle ni ver cómo se miraban...

La última semana entre ellos dejó una profunda huella en la libélula, no pudieron o no quisieron decirse todo lo que sentían, y ella al irse de su lado notó cómo terminaba su verano. Los momentos con el dragón fueron muy breves, los besos supieron a poco y quería seguir por sus brazos, sus alas y allí vivir. Pero los dos sabían que esta era una historia que jamás seguiría, no se lo podían permitir, el tiempo, el espacio les dejaron de lado, tenían que sobrevivir. ¿Qué podían hacer? ¿Qué podían hacer con sus fotos, su música, y las ganas de volver a juntarse y disfrutar de aquellos cafés?

La libélula, aunque no había querido asumirlo, lo sabía.

Los dragones, como animales míticos que son, desaparecen y nunca se sabe cuándo volverán.



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1 comentario:

El escupidor de palabras dijo...

Me gustooooo!! buen post!!
te invito a que pases a mi blog!